Normal

Había decidido hacerme de una rutina que me permitiera acercarme a lo socialmente aceptado. Despertar, tomar café, bañarme, y salir temprano de casa con la finalidad de caminar hasta el trabajo. Aguantar mi horario burocrático y lamentarme por lo lejano de las quincenas. Pero es inútil.

Cuanto más deseo forjarme una rutina, se le ocurre al cielo llover de nostalgia, a la cama gritar tu ausencia y a una (que soy yo) dejar de dormir. ¿Por qué el mundo no está hecho para las mujeres como yo? Discapacitadas para conocer el tiempo y entender el funcionamiento del reloj, torpes para limitarse a la hora de amar. Dipsómanas, confundidas, melancólicas. ¿Qué se le debe a ese dios bipolar para hacernos la vida de cuadritos cuando más se ocupa de un orden, un beso, o un hombre?
Porque les aseguro no es el diablo, no. A ese siempre lo andamos enamorando tan insistentemente, que ya nos huye, no quiere saber nada de nosotras…, de mí. Entonces me pongo mi traje sastre, me peino por primera vez una cana que ha decidido nacer, guardo las ganas en la cajonera, mientras me muestro como toda mujer independiente “debe ser”.

Pero luchar es en vano, acabo fatigada remando contracorriente, dejando que los suspiros se me escapen en horas de oficina, escribiendo en los momentos más inoportunos y añorando un trago a las 10 de la mañana. Me enamoro de imposibles, los cuales colecciono bajo el título de “mis errores”. Busco por todos lados, sin tener la menor idea de que he perdido algo. Aunque es bien sabido que la razón, nunca estuvo de mi lado.

Pobre de mí, de nosotras. El mundo apático a nuestro penar, a ese maldito dios bipolar, hay que acabarlo. Volveré a escribir...

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