Lola no quiere las sobras... (Bitácora 1)
Cena: café negro. No hay leche ni azúcar. Como un poco de pan y le unto mermelada, no hay mantequilla. En la alacena queda granola, algunas galletas y miel. Ocho cigarros en la cajetilla me ayudan a definir la palabra racionar.
Imagino a Bolaño, con su régimen
espartano el que describió cuando vivía en España: pan, manzanas, café, té y
miel; además de una mujer y un hijo. Un mago. O a Kerouac dividiendo y
saboreando una dona rancia, mientras pide aventón a la orilla del río Misissippi. O a Cortázar en París añadiendo
más agua al mate y menos tabaco al momento de liar los cigarrillos. O a Bukowski en la dureza de su
cuarto sencillo y sucio, a dieta de alcohol barato y prostitutas.
Imagino que la recesión me vuelve
mejor “escribiente”, y un segundo después pienso que son tonterías,
que es mejor concentrarse en el deber ser, que pronto tendré que pagar la renta
y la luz. Me pregunto ¿qué demonios pasaba por la mente de esos escritores?, ¿Es
acaso que la necesidad de escribir los hacia olvidar las carencias? ¿O es que
las crisis económicas le devuelven peso a tus huesos, mostrando la inevitable condición
humana? El ombligo pegado al espinazo te hace mortal, como esos personajes que ellos crearon y que tanto amas. Los escritores
son santos, eso mismo. Santos de paciencia y resignada aceptación de la
maldición que es escribir.
Mi perro quiere sus croquetas, le
importa un pepino si me pagaron o no. Se rehúsa a comer sobras de la mesa, me
mira acusadora:
-Tu tenés la culpa por querer ser escritora, y no llegar ni a
escribiente, ¿decirme qué oficio es ese?, ¿en donde dice Se Solicita escritora,
buena presentación?
Sí, en mi mente Lola habla como la Muerte argentina que
imagina Oliverio, en el lado oscuro del corazón.
Sin dinero en la mano todo se
vuelve una fórmula secreta para sobrevivir al límite, en la orillita del mundo,
a unos centímetros de la nada. Vas caminando como malabarista intentando
priorizar las necesidades básicas, las demandas del mundo y el deseo hedonista. Divagas todo el tiempo, procastinas, cambias el juego, pero nada sale bien. Tu mundo no cabe en el Mundo, por eso buscas otra realidad, pasada, ajena, para
mantener el paso y no salir corriendo, y mentarles la madre a los cobradores para que dejen de joderte, para gritarles que pagaras en cuanto te depositen. Me quiero volver chango, no, mejor no.
Es mas que la falta de plata, es
la falta de una certeza que te “vendieron” hace tiempo, cuando eras inocente y creías en los principios del capitalismo, en las cosas “seguras”,
como si el mañana fuera una fórmula matemática irrefutable y práctica. Y si lo pensamos bien, no es la carencia lo que hizo que ellos escribieran; fue la renuncia
a esa certeza, tirar todo por la borda, soltarse del cómodo asiento de la pose,
y volcarse en lo primario, lo indispensable e insustituible.
Los imagino saliendo a luchar
como cavernícolas contra el mamut, día a día salir a luchar por tener un poco
de luz en casa y algo de agua caliente, un techo, hojas blancas, plumas o cinta
para la máquina de escribir. Los imagino llegando a su casa, esperando el
reclamo de la mujer en turno, o el abrazo resignado de la soledad, el pueril
romanticismo de mi imaginación me dice que escribir sin recibir nada a cambio
tiene sentido, porque escribes para cubrir tus carencias, para sustituir las
ausencias, escribes para saciarte, para estar sereno, al menos por un tiempo.
Me sonrío a mí misma y Bolaño, Kerouac,
Bukowsky y Cortázar me sonríen entre los montones de libros, que yacen en el
piso a falta de librero. Abro algunos y leo frases al azar, me quiero
concentrar pero me parece imposible, yo no tengo un gramo de paciencia. No
he dormido bien y aún no sé cómo terminaré el mes.
Pero me atrevo. Salto por la borda,
salto y me estrello en la realidad, en las dietas espartanas, en la vida
sencilla. Me alejo de los lugares cómodos y seguros, busco una razón para no
volver y seguir caminando por la orillita del abismo. Salto al vacío sin
paracaídas, sin ánimos de resignarme sigo buscando, algo, algo. Cuidado que traigo una bomba de tiempo bajo la lengua y está a
punto de reventar a esos pinches que no me han pagado en tres meses. Lo dicho de santo no tengo un gramo, y ya que estamos de sinceros: de escritora menos.
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