Siete cuentos cortos para una noche larga

Quiero hacer un libro…

Lo quiero para envenenar cada página, dejar que leas mis secretos. Que ensalives tus dedos, los pases entre las líneas para descubrir quién soy.

O quizás para prenderle fuego a la primera y única edición, aventarlo a la puerta de tu casa, como prueba del incendio que aun me provocas, después de tanto tiempo, y a pesar de otros vacíos, otras bocas y otras camas.

Seguro temblarías de miedo, pensando en todas las palabras que me he guardado para describirte, para decirle a todo el mundo esto que somos y que fuimos. En él escribiría cada letra que no te dije por pudor, prudencia o simplemente porque temí no fuera bien recibida. En él se anidarían todas las palabras que sustituyen al amor, porque por encima y a pesar de todo tú y yo jamás hablamos de amarnos.

Hacer un libro… y remojarlo en las lágrimas que te derramo cada mañana de nostalgia, ponerlo a secar al sol del atardecer, y seguir con su lectura entendiendo que se ocupa más de una lluvia salada para borrarlo. Porque las palabras no se borran, ni se las lleva el viento cuando se dicen dictadas por la entrepierna y ese lugar entre costillas.

Será un libro olvidable: en el metro, o en el colectivo, o en la casa de la mujer a la que quieres impresionar y decirle mira lo que provoco. Eso tendría sentido.
Como lo tiene el hacer un libro, para demostrarte que tu y yo es pasado, que el presente lo reparto entre dos bocas y cinco amores, que los halagos no me sirven de mucho, que sigo siendo infeliz y me alegro de tener al menos dos días al mes en los que sonrío.