Acusome de ser yo...


A pesar de tanto amor. Un día decidí irme.
Tomé mis ojos ciegos, y la espalda donde te escodías del mundo
mis manos donde cabía perfectamente tu deseo. Me fuí.

Al salir de casa, tomé el jarrón de porcelana china, donde guardábamos los recuerdos que nos hacian una pareja, lo rompí a media calle esperando que los vecinos no despertaran, haciendo un alboroto y rasgandome la piel con la misma estúpida pregunta: ¿por qué?¿por qué? ¿por qué?

¡Qué absurdo! como si existiera un pretexto para el desencuentro, para dejar de amarnos, para borrar todas las horas formadas en el borde de la cama y tu mejilla, y re-aprender a respirar sin el compás de tus latidos.

Esa noche me fui; no había estrellas, ni viento a favor, los perros labraban a la luna llena. Lo hice en un impulso egoísta, simplemente para recordar quien era antes de ti, es bien sabido que el amor hace de dos una rutina, en donde se ahoga lo que somos.

Estas palabras parecen tardías, pero gozan de cabal salud para decirte que los días pasan y te pienso, aunque no igual. Me resulta gracioso como los perros ladran cada vez que llega tu recuerdo a la cena. Ya no te amo, y a decir verdad despues de tantos días dudo si alguna vez lo hice.

Me rehuso a creer que no, y pensar que todo esto fué invención de nuestra soledad. No tendría sentido, ni la luna llena, ni la cama, ni el ladrido de los perros; ni la rutina, ni los pretextos, ni esta carta.

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