312 3er Piso

---I---
Ciudad de México, 17 de Noviembre del 2005

Querida Alicia:

El gato murió una semana después de que te fuiste, una semana y cuarenta y cinco minutos exactamente. Bien dicen que los gatos suelen ser más sabios que los hombres, por que lo que es yo, no me atreví a nada más que esperarte con un arma en el bolsillo con las ganas acumulándose tu mesita de noche.

Dejarme fue un movimiento de tu parte que no vi venir, menos después de cinco años y dos horas juntos. No es que quiera matarte, es la posibilidad lo que le da peso a mi existencia ese sentimiento y el reloj que me regalaste después de seis meses de salir juntos. Debes entender que después de pasar dos años dos días y catorce horas sin ti, no es una batalla sencilla, habría que destruir la mitad del mundo en donde existía el “nosotros”; y no hablo de la cama, el sofá o la ducha, hablo de destruir las horas que compartimos, los minutos que gozamos, los días que peleamos.

Por eso te espero, por si apareces en la puerta un día, para decirme que estas arrepentida de irte con tu amor a otro lado, con tus horas vacías de mi, por eso me desnudo por las noches frente a la ventana de este tercer piso para darle la bienvenida a crepúsculo mientras le hago el amor a tu recuerdo y a este maldito tic tac que no para nunca y mucho menos en tu ausencia. Te sigo esperando.

Gerardo


Después de dos años dos días y catorce horas, nada había cambiado. En la cama la almohada de Alicia aun guardaba el perfume que le había regalado en su segundo aniversario. Por la casa los rastros de lo que Gerardo llamaba “nuestra vida” rebotaban con la gracia patética de un payaso, que más que risa provocaba lágrimas.

Esta era la decimonovena carta que le había escrito en el año, y que no tenia dirección de destino. Prendió un cigarro y recorrió la cortina de la ventana. Dejó entrar a un sol moribundo, que a las seis con treinta y dos dejaba escapar los últimos rayos, Gerardo se desnudó y comenzó a masturbarse recordando a Alicia… el reloj de cuerda de la sala marcó quince a las siete con una campanada, mientras la ciudad se inundaba con luces veloces que recorrían las calles, como el humo del segundo cigarro de la noche.

--- II---

Carmen Torreblanca Licea, así se llamaba. Pero por algún extraño evento en su infancia le decían “Nena”, “la” Nena. Aunque siendo sinceros, a últimas fechas no le decían nada, como si por arte de magia su nombre se hubiera olvidado en alguna de sus interminables mudanzas. Vivía sola en el quinto piso de un edificio viejo. Llegaba a trabajar a las siete con cuarenta y cinco de lunes a sábado, a una vieja lavandería, se ponía su viejo uniforme y comenzaba a meter y sacar la ropa ajena de los extraños hospedados en un hotel del centro.

Así era su vida, una vida vieja y extraña, una vida ajena a lo que la Nena había soñado, aunque volviendo a la sinceridad nunca soñó demasiado, prefería mantenerse despierta para aprovechar las oportunidades que su madre prometía aparecerían a cada momento en su vida. Nada mas falso, a sus 38 años sabía que las únicas oportunidades de su vida eran las mudanzas, un promedio de 3 al año, acumulando, 24 desde que su madre falleciera. Las mudanzas daban una nueva perspectiva, desde la exploración de nuevos mercados, vecinos, olores. Dan, al menos por una semana, la expectativa, la esperanza, el sueño dulce de las primeras veces.

Pero entonces como cada vez caía la rutina, con sus garras negras, la monotonía, el hastío, las mismas paredes, rumores y caras. Sabía entonces que era momento de emigrar. Así Carmen Torreblanca Licea, la Nena, había perdido el nombre, algunas prendas de vestir, la sonrisa y la virginidad.


---III---

Esa mañana, Gerardo decidió romper sus lazos con el tiempo: dos años tres días y cinco horas, eran más que suficiente para olvidar a Alicia o al menos darse por vencido. Sacó la Smith & Wesson que guardaba bajo su almohada, la metió al bolsillo del pantalón. Abrió el cajón de la mesita de noche y sacó una a una las 87 cartas sin destinatario, las metió en una caja grande, tomó la almohada de Alicia, el reloj de cuerda de la sala y las cortinas, hizo todo bolas con rabia, comenzó a recorrer la casa, sacó el rastrillo rosa, los vasos de cristal verde, el llavero con llaves sin puerta, los libros de Cortázar y los puso en la caja… Salió del apartamento bajando lentamente por la escalera desierta, hasta llegar a la puerta de entrada del edificio.

Carmen recorría el mismo rumbo al salir del trabajo, calles Hidalgo, Cazares y 5 de mayo, caminaba pausadamente mientras Gerardo salía del pequeño edificio cargando la caja. “Mudanza” pensó Carmen y Gerardo hizo un gesto como asistiendo con la cabeza, mientras se tambaleaba haciendo malabares con ese ataúd improvisado esperando que el reloj de cuerda no se estrellara en el pavimento. Caminó en sentido contrario a Carmen y desapareció al doblar la esquina. La mujer no consideró raro que ese gesto, hacia tiempo que se había hecho a la idea de no ser escuchada, pensaba que en la penúltima mudanza había dejado su voz, aun así no le quito la mirada de encima hasta verlo desaparecer, entonces sus ojos se postraron en el sobre sin destinatario que yacía en la banqueta. “Departamento 312 3er Piso”.

Al llegar a casa Carmen olvidó su rutina diaria, y a cambio sacó su hallazgo, examinó el sobre amarillo y la letra impresa en donde se describía la dirección, Dudó un poco pero finalmente abrió la carta, se tiró sobre la cama. Leyó y releyó hasta que comenzó a anochecer. Se levantó mirando el espejo de su ropero, se sonrió, y se metió a bañar.

Gerardo se preguntó la hora, había tirado el reloj de cuerda y la sala se sentía mas vacía, incluso mas vacía que cuando Alicia lo abandonó, se sentó frente a la ventana sin cortinas viendo cómo se ocultaba el sol tras una cortina de nubes y smog, calculó que eran las seis horas con cuarenta y cinco minutos se quitó la camisa y abrió la ventana un viento frío cruzó la sala hasta chocar con la puerta. Gerardo se estremeció, faltaban doce horas con quince minutos para salir al trabajo, se tocó el miembro por encima del pantalón, metió la mano a su bolsillo y sacó el arma. La observó, pensando en Alicia, pensando en el tiempo transcurrido, pensando en las horas que de ahora en adelante tendría que llenar, el revolver estaba tibio, lo apretó con fuerza, cerró los ojos, y jaló el gatillo. Treinta y ocho años ocho meses y tres días de vida terminaron ahí.

Saliendo de la calle Cazares, Carmen caminaba apretando el paso, por primera vez en muchos años, se puso el vestido rosa que su madre le había heredado y le sentaba tan bien, dobló por 5 de mayo, eran las siete con trece minutos, pasó por un aparador de juguetes se detuvo un momento, de repente miró su reflejo entre barbies, peluches y rompecabezas, no se reconoció, por primera vez en muchos años su cara dibujaba una media sonrisa. Siguió caminando por avenida 5 de mayo, mientras se encendía el alumbrado público y una carta sin destinatario se ocultaba en su bolso de mano.

Comentarios

la MaLquEridA dijo…
Entendí todo perfecto, pero me pregunto ¿ qué relación tiene Carmen, ¨la nena¨ con ellos?, no sé.


A estas horas de la locura, mi mente no está muy lúcida.


Saludos, que gusto que estés. :)
Mike dijo…
Querida amiga, este es uno de los mejores relatos que te he leído. No tengo mucho que decir, solo que me encantó.

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