a u r o r a

Yo nací sin nombre. Desnuda de adjetivos y pesados verbos. Nací frágil de sonrisa y ligera de enamoramientos. Mis juguetes: un amigo espejo, unas manos inquietas y los sentidos de un ciego.

Crecí sin nombre. Llené mi mochila de algunos vicios, de piedras lisas, flores secas, y plumas de punto fino. Compartí mi cuerpo y mi mente, los presté un momento y los robe cuando “el Primero” ( y el Segundo y el Tercero) se distrajo.

Caminé desnuda de prejuicios, y hambrienta de saberes, bauticé las cosas por su olor, me enamoré con la noche y me desenamoré con el día. Inventé juegos complicados en donde nadie podía nombrarme. (Ya que nadie mi nombre sabía. Caminaba siempre de formas raras, de manos, de espaldas, como nadie me podía nombrar poco me importaba.

Y entonces de repente, sin aviso previo, sin señales de emergencia, apareció frente a mí, la casualidad más grande de la vida. Cómo sí siempre hubiese estado, un árbol mitad viejo, mitad lozano, con hojas amarillas entre sus delgadas ramas, con juguetes enredados, con risas y odios escarificados, con clima propio (lluvias demenciales, calores pudorosos, nevadas solitarias)

Yo lo miraba extasiada, quise hablarle con aromas, tocarle con mis ojos, hablarle con un o diez dedos, entonces el árbol gritó...

- Aléjate Aurora, dedos rosados y pelo azafranado

Yo corrí con mis piernas de Mercurio, corrí tropezando y cayendo sobre las mismas piedras, pero dentro mi ese nombre caía como lluvia fresca, germinaba, lo hacia mío.

El árbol me lanzo una rama certera, que atravesándome de lado a lado, me conjugó diez veces con verbos nuevos e impronunciables. Sólo entonces entendí que Cupido se disfraza desde el primer lunes de Abril hasta el ultimo de Junio.