LA FOULE


“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos. . . Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!... Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo...”


Siempre la imaginé así, divina, su boca roja, su vestido negro, sus zapatos altos, y el cabello atado sobre su nuca.


La envidiaba cuando abrazaba a Manuel, y le miraba con desdén. Entonces empezaba un tango; sí..., Astor Piazzolla, “Duo de Amor”; y las luces se apagaban, y sólo se iluminaba Ella, sus manos subían por la espalda de Manuel... mientras las manos de Manuel bajaban. Los violines gritando, y tan sólo imaginaba el momento en que sus ojos se encontrarían. Pero no, el tango es violento, es olvido, desaire, un amor moneda, cara o cruz, sin medias tintas, Ella y Manuel generalmente no se miraban al bailar.

Yo sin embargo..., siempre contempladora, entendía todo, cuando entraba el piano y las largas piernas de Ella se arrastraban por la cadera de Manuel. Ellos no se miraban; no se miraban nunca. Pero estaban ahí sin distancias sin presencia verdadera porque verse a los ojos equivaldría a penetrar en el mundo del otro, sería consumirse en los ojos ajenos.

Entonces Ella daba pasos frenéticos alejándose de Manuel, y cerraba los ojos cuando Manuel la halaba hacia su cuerpo, y le miraba el rostro, y le besaba la mejilla. Ella cerraba los ojos, quizás tenía miedo, no a estar con Manuel sino a consumirse, caer sobre los pies de Manuel hecha polvo, hecha ceniza. Y los violines, el bandoneón, el piano, las vueltas y sus piernas y yo que vivo dentro de ella, como únicos los testigos.



“Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras, ¡y volá!
¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!”
Astor Piazzolla - Balada para un loco

Comentarios

Dana dijo…
Y es asi como quedamos tantas veces, siendo únicos testigos, el y ella, en pareja, memorables momentos que se pierden en un primsa, haaaaaaaaaaaaaaa, que dificil es tener que olvidar lo que se sentía, que dificil es no poder, y al recordar que se quede retorcido en el estómago, apretado en el pecho y como consecuencia los ojos mojados, y el cuerpo derrotado a falta de ése abrazo...
mija, me encanta como te transmites, y si, uste es auténtica, pero lo mejor de todo es q haces sentir. gracias por éso, por todo!
te adoro!!
adieu!

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